Para un homosexual brillante y ambicioso, en los años 80 no cabía mayor fortuna que trabajar con Andy Warhol. Mark Matouseck lo había logrado antes de cumplir los 30, conquistando un ejemplo en la redacción de interview. Pero la revista que entronizaba la banalidad era una cárcel de oro, y ni siquiera el cinismo del joven aspirante a escritor podría eludir la opresión del vacío. Aquel mundo de papel satinado impreso a todo color se resquebrajada, mientras sus protagonistas escondían la depresión bajo el halo del éxito o enfermaban víctimas del sida.