Lo primero que despierta la lectura de Los trabajos perdidos es un cierto asombro por las cosas de la vida, siempre acompañadas por la presencia permanente de la muerte, una cierta intuición de que las cosas son bellas y disfrutables precisamente porque no pueden eludir su destino último, el de la muerte al fin y al cabo benefactora que te acoge “con todos tus sueños intactos” […]. Se canta y se vive y se hacen las cosas bien y se disfrutan, sin otra esperanza que la del olvido.