«El Hermafrodita dormido es una de las obras más llamativas en la producción de Fernando González. La primera edición consta de doscientas veintitrés páginas con doce ilustraciones que reproducen las esculturas vistas por el escritor en colecciones italianas durante su estadía como cónsul en Génova. Estos objetos gráficos, de autor desconocido, deben entenderse no solo como un recurso editorial habitual en ediciones de la época, con el que se buscaba poner al lector en contacto “más directo” con el arte referido. Se trata, más bien, de la declaración de dependencia con el tema más importante del libro: la belleza en la escultura clásica (1).