Con una renovada actitud hacia la función educativa, Olarieta e Itkin nos exponen el juego como un ejercicio de libertad con cuyo espacio físico y emocional se comprometen todos los miembros de la comunidad educativa. Este trabajo revaloriza el rol del docente, ubicando su eje en la participación activa como un factor de equilibrio entre los límites de lo simbólico y lo real. A través de este rol, el niño retroalimenta su conocimiento, aprende a solucionar conflictos, puede madurar nuevas respuestas a sus necesidades y a su entorno. Es una propuesta sobre el juego como el proceso por el cual el niño realiza el mejor abordaje sobre la realidad.