En tierra de paganos (Con dedicatoria del autor a Umberto Valverde)

Ya en “Para decirle adiós a mamá” se anunciaba el crimen. Envueltos en la vorágine de una economía imprevista que rompió todos los códigos aquellos personajes viven la ciudad dolorosa y tristemente, cercados por ese maels- trom. Esta abrupta modernidad socabó los restos de la vieja ciudad asediada por los complejos sociales, la hipocresía, pero respetuosa aún de ciertos valores civiles tal como se puso de presente en “hojas en el patio”. Quienes saben que jamás llegarán a la cúpula de la pirámide y desfogan su rencor en oscuros desafueros parecen haber preparado el terreno para el actual delirio urbano.
Lo policíaco no es entonces una fórmula literaria sino la consecuencia de esta ruptura entre formas de vida, lenguajes donde al brotar el vacío surge la suspicacia y donde las identidades al ser fugaces buscan escandalosamente afirmarse en algo. Por eso lo que inicialmente en estas historias se plantea con un tono realista se va diluyendo en la fantasmagoría del absurdo, en la bruma de lo irreal en tanto no hay territorialidad posible, reposo alguno. La ciudad desaparece entre el terror y la conjetura dolorida, entre la zozobra y la nostalgia por lo perdido irremediablemente. Adoptando el tono de cierta novela francesa -Mauriac, Gide- en “Rosas de la tarde” la cavilación de un testigo desvela este vértigo de violencia pero igualmente pone de presente lo que ha sabido resistir esta avalancha, el humor, la ternura.
Es explicable entonces que esta narrativa se emparente con experiencias como las de Paul Auster, Jerome Charyn donde la ciudad es el exilio interior, una territorialidad imaginaria, una búsqueda de nuevas solidaridades cuando ya las viejas fórmulas de civilidad se han degradado.