Exploración en el interior con Dios

La prodigiosa aventura espiritual que el Dr. Robinson inició en Sincero para con Dios, culmina ahora, a lo largo de las páginas de este libro, en la inmensa apertura de una tensión creadora ina cabable, la misma tensión por la que el Dios biblico, y más aún el Dios cristiano, no fue me ramente el Dios de la creación y de la naturaleza, sino sobre todo el Dios de la historia. A la pre gunta: “El fin del teismo?”, con que entonces se formulaba el problema-una pregunta que pare cía abrir el abismo por donde iba a despeñarse el pensamiento y la vida de los hombres-, responde ahora el Dr. Robinson conduciéndonos, “más allá del Dios del teismo”, a una terra ignota, a una nueva “tierra de promisión”, que los hombres de hoy se aprestan a explorar y convertir en su patria futura.

No obstante, ir más allá del dualismo radical de todo teismo sin caer en el monismo enervador del panteísmo, es una empresa evidentemente arriesgada. Haberle dado cima en el ámbito teo lógico no constituye el mayor mérito del Dr. Ro binson, sino más bien haberse dado cuenta de que desde los ámbitos más diversos del pensamiento está operándose ahora una convergencia en esta dirección. Lo que antaño había intuido cierta tradición mística, lo está descubriendo ahora el pensamiento cientifico contemporáneo: tanto una como otro parten de la unicidad de valor de todos los seres del universo y de la intencionalidad que evidencia el proceso evolutivo cósmico.

Nos hallamos, pues, ante una especie de mis ticismo secular que, por una más profunda in mersión en la existencia (Kierkegaard), descubre una indecible plenitud de sentido en el corazón de todas las cosas: la trascendencia no la vemos ya sino como una función y una dimensión de la inmanencia. Reconocer entonces que la realidad de Dios la experimentamos primordialmente como una relación, como un “campo divino”, a seme janza de los campos gravitatorio o magnético de que hablan los fisicos, es expresar en lenguaje contemporáneo la vivencia bíblica del Dios que se define diciendo: “Soy el que soy”, y la visión escatológica de san Pablo cuando nos dice: “Dios será todo en todo”. Y admitir explicitamente que “en definitiva, todas las palabras acaban fallando cuando hablamos de Dios”, significa incorporar la famosa via negativa de los místicos y de la sa biduría oriental, que no desemboca en una teo logia agnóstica ni en una aposiopesis final, sino que se plasma en una plegaria y, por ende, en una espiritualidad profundamente encarnacional, Puesto que, en definitiva, a Dios el cristiano sólo lo conoce encarnado: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”.