Henri Bergson (1859-1941) osó plantar la bandera de la metafísica, tal vez por última vez, en mitad de aquellos fenómenos que la ciencia era incapaz de esclarecer, como la interacción cuerpo-mente, la memoria o las causas de la variación genética. Allí donde los filósofos habían hecho del tiempo una degradación de la eternidad o una forma de nuestra sensibilidad, él lo ubicó como principio absoluto del método filosófico, haciendo de la intuición un «pensamiento en duración». Pero la aportación bergsoniana no acaba ahí.