Isadora Duncan no fue solamente una mujer que revolucionó el mundo de la danza clásica tradicional, intentando crear un nuevo arte interpretativo a partir de bases diferentes, sino que, además, su vida fue un constante y lúcido esfuerzo por oponerse a muchas normas y creencias que se imponen sobre las mujeres.
A lo largo de su autobiografía, que se termina al iniciar su viaje lleno de esperanza a la unión soviética en 1921, nos transmite una pasión admirable y, con una sinceridad poco habitual, su vida, sus amores, sus ideas sobre el arte, sus pensamientos más íntimos y, por encima de todo, su deseo de vivir, de gozar, de sufrir, en un intento de transformar la realidad inmediata a través de sus críticas contra la escuela, la familia o el matrimonio.