Prisionera de su pasado

Carol Stone tenía quince años cuando ingresó en el peligroso mundo de la droga. A su amigo Stanley le declaró otra edad, refugiándose en su cariño, tras dejar un hogar donde eso era lo que menos había conocido. Su padrastro, un oportunista lascivo que tampoco tiene una buena opinión de su mujer, intenta poseerla en repetidas ocasiones, encontrando siempre su oposición. Empujada por tales circunstancias, Carol huye de su casa, encontrando asilo en una fantasmal comunidad denominada «Libre Fraternidad». Se trata de un grupo de jóvenes marginados defensores de grandes ideales, pero en realidad consagrados a hacer todo lo contrario en el orden privado. El abandono, la indiferencia, el cinismo, la promiscuidad y los estimulantes, son los pilares fundamentales de su existencia lánguida. En aquel ambiente Carol encuentra una engañosa respuesta a su desamparo. Aprende de su amigo Stanley las experimentadas lecciones de degradación que ha recogido en Grant City, donde se le conoce como un peligroso trashumante, defraudador de hoteles de paso y vinculado a
negocios de dudosa reputación. El aquelarre de la joven Carol es vertiginoso y despiadado. En su anacrónica peripecia conoce también a Ramón, un muchacho aficionado a la música y cuyo carácter se ha resistido a los espejismos que amenazan a la juventud. Consigue con muchos esfuerzos que Carol lo siga hasta los angeles, en una especie de huida salvadora. A este esperanzador impulso seguirá la recaída y como tantas veces, Carol ahonda en su desesperada búsqueda de felicidad a través de caminos artificiales. Abandona a Ramón para poder actuar sin limitaciones. Se convierte como su amigo Stanley, en traficante, y en determinadas horas del día va a vender su producto cerca de una escuela. Sus amistades primero la utilizan, después la traicionan y por último la abandonan. En su caída Carol irá a parar a una clínica, con su salud seriamente quebrantada. Entonces reaparece Ramón, y aquí la voluntad y el afecto verdadero, parecen alcanzar el milagro.