Todas las cosas brillantes y hermosas, estrofa de una poesía del poeta decimonónico inglés Cecil F. Alexander que exalta las maravillas de la creación, es la tercera entrega de las aventuras del veterinario James Herriot en los valles del Yorkshire occidental; de nuevo, por sus páginas desfilan las pequeñas tragedias cotidianas de la enfermedad, tragedias que, cuando se desarrollan en seres tan desamparados como los animales hasta 1948. no era precisa ninguna titulación para ser médico de animales», exigen sinceros sentimientos de compasión.
Al igual que en todas las criaturas grandes y pequeñas, el libro que lo lanzó a la fama, James Herriot nos hace compartir su epopeya diaria de veterinario rural, en cuyas peripecias campean el humor y, sobre todo, la ternura ante el inagotable mundo humano y animal.
En julio de 1937 James Herriot, su título de veterinario aún caliente en el bolsillo, se dirige hacia su primer trabajo, como asistente de un veterinario de los valles del oeste de Yorkshire. Un lugar tan bello como dejado de la mano de dios; pero con todo, debía considerarse afortunado: no era fácil, para un profesional sin experiencia, conseguir trabajo en aquella época.
Una vez instalado, Herriot comenzó a conocer a sus «clientes»: caballos y vacas, cerdos y perros. Criaturas grandes y pequeñas, seres dolientes e indefensos a los que debía atender, al principio con más voluntad que sabiduría.