La deslumbrante y evocadora prosa de Luis Sepúlveda resucitando el encanto de lo que olvidamos, de lo que perdemos.
«La selva apaga su intenso color verde. El tucán clausura el brillo de sus plumas. Las pupilas del coatí dejan de reflejar la inocencia de los frutos. La infatigable hormiga suspende el traslado del mundo hasta su cónica morada. El yacaré decide abrir los ojos para que las sombras le muestren aquello que evitó ver durante el día. El curso del río se torna apacible, ingenuo de su terrible grandeza».
Los muchos miles de lectores de Luis Sepúlveda ya conocen su gran pasión: viajar, deambular por el mundo, observar a sus gentes y escuchar sus historias. Pero Sepúlveda tiene también otra pasión, podría decirse que en simbiosis con la anterior, que es la de contar él mismo, a su modo, esas historias oídas y otras que, gracias a su desbordante capacidad de fabulación, enriquecen la realidad convirtiéndola en literatura.
Pues bien, esta vez Sepúlveda nos invita a acompañarle, codo con codo, en algunos de sus periplos por las solitarias tierras de Patagonia y Tierra del Fuego. Así, conocemos a Ladislao Eznaola, vagabundo del mar en busca de un nave fantasma, a su hermano Agustín, el bardo de Patagonia, a Jorge Díaz y La voz de Patagonia de Radio Ventisquero, la ternura de Panchito y su delfín, a aviadores enloquecidos que lo transportan todo, desde vino hasta muertos, por encima de la desolada inmensidad del paisaje…