El ayudante del verdugo

Ocurre a veces que uno se ve a si mismo como desde fuera. Como si la personalidad se desdoblase, y un segundo yo se alejara de uno mismo al modo de un objetivo provisto de zoom. Así vi por un momento la escena: Pardo, en la ventana, recobran do el resuello y mirando hacia el cielo que surcaba Gagarin, invisible heraldo de una nueva era; el agente, mojando con sus lágrimas el asiento de la silla; y yo, buscando un cigarrillo en mis bolsillos y pensando que mi padre no se sentiría orgulloso de mí, si viviera; ni mi hijo, probablemente, de haber nacido. Yo, el más abyecto de los tres. Porque sabido es que sólo hay un ser más despreciable que el verdugo, y es su ayudante.