Julieta, los sueños de las mariposas

Arturo Alape ha poblado el espacio vacío con la presencia de las mujeres. Si Piguita es el narrador, la mujer es la protagonista que aparece con su propia voz para nombrarse y autodefinirse o para ser buscada en la nostalgia del recuerdo. El doble juego de voces narrativas determina la interioridad de cada una de estas mujeres: la madre habita subterráneamente los cuartos, la amante despierta el gozo del erotismo o las contradicciones del amor, la combatiente es angel o demonio. Algunas son presencias plenas de corporeidad, otras vagas imágenes fantasmales. Desde ellas mismas se siente su hondura interior, en el sentimiento de soledad esencial, en la proyección de sus afectos y ataduras, en sus encuentros o desencuentros.
Mujeres reales y mujeres literarias. Unas y otras se mezclan en Lucía, Angelita, Graciela o María Antonieta Pons, bien en la intensidad de un cuarto donde se vive a plenitud el erotismo y las perversiones, en la seducción, en la necesidad de afecto y compañía, en la soledad y desarraigo cotidianos, en la vejez prematura y en la miseria de la decrepitud.
En este espacio cerrado las mujeres esperaban “un hombre que respondiera por ellas porque mujer sola en casa de inquilinato de diecinueve habitaciones no sólo era mal visto sino cosa de mal agüero”. Salir del inquilinato es entrar en la interioridad de cada una de ellas desde la intimidad del narrador que aprendió, en ellas y con ellas, la causa de la soledad.